El presidente de Siria abandonó el país con destino a Moscú después de que grupos insurgentes tomaran el control de varias ciudades estratégicas, incluyendo Damasco.
Este hecho marca el fin de una dinastía gobernante de más de cinco décadas. Según informes, Assad tomó la decisión tras el avance de los rebeldes hacia la capital y la captura de instituciones clave.
Las fuerzas insurgentes lideradas por un grupo islamista lograron tomar Alepo y Hama, extendiendo su control hacia Homs y la capital.
La caída del régimen se confirmó con la captura de la estación de televisión estatal y otros edificios gubernamentales.
Este avance desbloqueó un estancamiento que había mantenido a Siria dividida en esferas de influencia respaldadas por actores internacionales.
La salida de Assad plantea interrogantes sobre el futuro político de Siria. Con Rusia e Irán, sus antiguos aliados, enfocándose en otras prioridades, se abre un vacío de poder que podría llevar a nuevos conflictos.
Turquía ha mostrado interés en participar en la transición para facilitar la repatriación de refugiados sirios.
Por su parte, Estados Unidos ha señalado que no intervendrá directamente en esta etapa.
El conflicto sirio ha dejado entre 300.000 y 500.000 muertos y desplazado a millones de personas.
La economía del país se ha reducido significativamente, con estimaciones que indican una contracción de más del 50% desde el inicio de la guerra en 2011.
Mientras tanto, la infraestructura y los servicios básicos enfrentan un deterioro severo.